Ella, está paseándose por las calles de Jerusalén, andando entre los múltiples aromas y colores de la ciudad. La melodía del viento sigue sus pasos ligeros, como si bailara. Los velos, los crucifijos y las kipás abundan en el zoco, en harmonía y todo rebosa de alegría. Pero un día, en una plaza un crucifijo se levanta contra una kipá y el suave silencio de la concordia pasó al tumulto de la discordia. Ella, como una frágil calidad del hombre, huyó tras las montañas de ese país que la echó.